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domingo, 13 de septiembre de 2015

Her: Installing, please wait.

El proceso más tedioso de un programa es la instalación, nos provoca un tedio agudo el tener que dar click a cada paso de los requerimientos necesarios ya que no conformes con la instalación, luego toca leer los términos de uso y condiciones o en su defecto, sólo las instrucciones. Llámese juego de vídeo, programa de escritorio o aplicaciones para buscar pareja, el requisito indispensable es instalar, es tener que lidiar con la fastuosa espera de ver en la pantalla el 100% de la instalación completa y entonces tener completo acceso. Algo así sucede con las relaciones humanas, sin embargo estás funcionan a la inversa. El proceso más bello, más bonito y más puro es la conquista, es de donde parte todo, es donde fluyen las emociones y lo que la vuelve tan especial es que ninguna es igual, cada una mantiene su propia historia, o en términos más técnicos: su propia instalación.

La ‘her’ de Spike Jonze hace una alegoría sutil y profunda al método de conquista actual. Como seres humanos, buscamos afecto porque así nos lo dicta la sociedad, buscamos (algunos más desesperados que otros) ese cariño que nos enaltezca, que nos llene, para ello ya contamos con un sinfín de opciones que se entremezclan con los avances más comunes; las antes mencionadas apps crean el espacio ideal para los ávidos de cariño, pero aquí estamos hablando de humanos buscando a otros humanos, en cambio, Jonze se aventura a proponer algo de lo que ya no estamos tan lejanos y es el “amor” por las máquinas.

Si bien aplicaciones como Tinder se centran en la búsqueda de hombres y mujeres, lo cierto es que la iniciativa y el largo proceso de conquista se llevan a cabo por medio de datos decodificados, entiéndase, la internet. Digamos que en toda la relación el 60% de nuestras palabras, gestos y emociones se ejercen dentro de internet hasta que llegue el momento de dar la cara y hacer una cita como las de toda la vida para luego volver a seguir el cortejo tras un monitor o una pantalla de celular. Incluso para terminarla o reiniciarla más de uno lo hará desde Facebook o WhatsApp, de ahí que sea tan acertada la premisa del director, porque efectivamente, no soltamos el endemoniado aparato porque nos hace felices, porque hace la parte de la pareja durante los días que no la veamos y porque en esencia nos recuerda a él o…Ella.

Podríamos hablar ya de una relación entre hombre-máquina-mujer que cada vez se vuelve más y más común. Con cada nueva actualización esto se afianza de un modo tal que ya poco nos falta para querer una Samantha en nuestras vidas. Somos seres que en gran medida odiamos la soledad (que no debe confundirse con soltería) y si nos proponen por ejemplo una relación con digamos, la “Siri” de Apple o la “Cortana” de Windows, más de uno ya empezaría a planear boda. Tomando en cuenta que en algunos países la gente ya se casa con sus mascotas o con su propia consola de videojuegos la película no suena tan descabellada después de todo.

Estamos en constante cambio, pero más que desesperación por encontrar el amor es una especie de adaptación gradual a aceptar distintos tipos de amor, porque podemos aceptar que nuestra media naranja sea momentáneamente un dispositivo móvil y no porque el dispositivo mismo nos enamore, no, ese trabajo es de quien está al otro lado de la pantalla. Incluso si sólo está conformada de datos, códigos y emociones. Emociones como las que ha tocado la fibra sensible de un director con visión, brío y coraje por atreverse a decir lo que de hecho, nosotros ya estamos aceptando. Sólo queda esperar.

Por Gustave Montero.






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